domingo, abril 05, 2009

LA PENA MAS GRANDE

Sonó el teléfono a las 8 am. No terminaba de despertar, y su voz decía:

- Marco, está mal


Era mi hermano, y sabía que se refería a mi papá.


- Que le pasó?
- Se desmayó, y ahora está hospitalizado

Me sentí frío, como congelado.

- Tienes que venir, tienes que estar con nosotros.

Tenía los pasajes comprados para otra fecha, y me veía en la necesidad de comprar otros para ir al lugar en que yo quería estar. Junto a papá.

Hace dos años supimos que el tenía Fibrosis Pulmonar, sabíamos que poco a poco sus pulmones se irían dañando. Cada vez que iba a verle le sentía desmejorado, con menos peso; pero, con mucho más ánimo.

Como es la vida hermanito, como se va la vida tan rápido: las cabezas calvas, los cuerpos encorvados, y muchos de nuestros amigos ya muertos. –dijo mi padre, en unos sus últimos diálogos con mi tío, allá en la iglesia, aquella noche en que no pudo respirar y en que minutos más tarde caería desmayado.

En el taxi, rumbo al Hospital del Seguro, hablaba como perdido en el tiempo, flash back por doquier, recuerdos y voces. Personajes de su infancia, de su juventud, el presente era avasallado por escenas de su ayer.

Jueves era, después de la misa en memoria del cumpleaños de su hermano menor fallecido. Quien sabe en sus oraciones se puso a conversar con él, la pena le llegó, y estuvieron en contacto. Suspiros. Asfixia. Ahogo. Mala oxigenación. Disturbio cerebral. Caída.

Recobró un poco la razón. Tendido en cama intentó sentarse, pararse: vámonos –dijo. Y estando con sus sensores en los dedos, mirando hacía otro lado, desorbitado. Alancito, no llores, se pondrán tristes tus tías- le dijo a mi hermano. Poco rato después entró en COMA, lo sedaron y no despertó más.

Yo, llegué el sábado. Sólo podía sentir su calor, su respirar, su presencia; pero, no estaba su voz, ni su mirar. Estaba ahí, y sabía que mi entorno se fortalecía en mí. Me sentía bien de estar ahí. El admiraba mi fortaleza, e imaginaba que eso mismo me pedía en esos momentos.

Si no se recobra en 4 días se nos va… su corazón, debía ir a 22 y llegaba a estar en 50. Se está exigiendo mucho-me decía Jimmy. Su oxigenación está baja. Fue ese Lunes en que todos nos quedamos hasta las 7:30 pm, ya estando en casa, conversando a eso de las 9.15 nos llaman por tlf y nos dicen: “se nos fue”. Fue a las 8.45. Inevitable las lágrimas.

Arreglar la casa, preparar el lugar del velorio que sería al día siguiente, con la pena encima cada paso y acción pesaba mucho... Por la mañana, el viento parecía mucho más helado. Escoger el ataúd, ir a recoger el cuerpo, tocarlo y sentirlo FRIO, fue un despertar. Eso frío nos hace saber que no está ahí, que hay espíritu; pero: ¿dónde está?

Lo más rescatable del velorio, fueron las prédicas de una mujer: “Hermanos, aquí tenemos solo el cuerpo”, así lo sentía.

Vinieron a su despedida muchas caras que hace mucho no veía, rostros que decían presente, con una lágrima, con un abrazo, con su presencia. Me les acercaba uno a uno, como quien va “en busca del tiempo perdido”.

Los años pasan sobre la vida, ésta que miramos, la tocamos, la disfrutamos y perdemos. La iglesia se llenó, misa de cuerpo presente. Todos sus amigos trás de él. El, encima de mis hombros. Así tenía que ser.

Se fue de mis manos, cerraron el nicho, cerré mis ojos sabiendo que su presencia material terminaba así. Siempre estaré contigo- me dijo. Y así lo he de sentir.


En mi mente siempre estará esa frase tan conocida: “Vives, mientras haya alguien que te recuerde”